Cada vez que corremos agradecemos la salud que tenemos. A veces solamente la valoramos si pensamos un instante en lo fantástico de poder hacerlo, o si hemos atravesado en la vida una enfermedad. Tener salud para correr por kilómetros sin que nuestro cuerpo se sienta afectado más allá de lo normal para esta exigencia, es verdaderamente admirable. Agradecer a Dios o a quien creamos mejor esta circunstancia cada vez que arrancamos y cada vez que llegamos nos permitirá valorar esta condición que no tiene precio. Porque la salud no se puede comprar. Se construye día a día con paciencia, voluntad y sentido común. Y ella tiene valor y sentido para uno, para la familia y para la sociedad.
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