Mis padres se casaron y vivieron en Porto Alegre. Mis hermanos nacieron allí. En la guerra les confiscaron todo, mi madre vino a la Argentina, y a mi padre, por alemán, lo metieron en un campo de concentración hasta el final de la guerra. Algunos prisioneros recibían comida de sus familias y no la compartían con nadie. El no tenía esa posibilidad pero sobrevivió a estas miserias del no compartir. Salió vivo con 30 kg. menos de peso. Un hueso con piel.
Hoy vemos que las pocas vacunas que hay se reparten entre amigos, genuflexos del poder, piratas de la vida, militantes mercenarios cagones, indiferentes de la prioridad de nuestros médicos, de nuestras enfermeras, de nuestros padres, de nuestros abuelos.
Nada cambia en el ser humano. Miserias de los instintos de conservación que dan vergüenza ajena.
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